sábado, 31 de enero de 2015

El mundo a sus pies

Yo sabía que era un riesgo, Julia tenía compromiso pero parecía no importarle. La invité a Madrid para estar unos días y ella me respondió invitándome a París. Si me hubiera correspondido la invitación, yo todavía estaría construyendo un dolmen a su memoria. 

Según el plan trazado meses antes, cenaríamos en el restaurante de Tulio que está por el Paseo del Prado y caminando la llevaría al parque Berlín, ahí enfrente, le compraría un ramillete de gardenias que tenía visto con el florista Garrido. 

Todo hubiese sido posible con el sí dicho por sus labios, el mundo entero, bueno, mi mundo -pequeño o grande- lo tendría completo a sus pies.


Paseo del Prado, Madrid España

A mi madre

Su favorita era la comida española, particularmente la valenciana. Llegamos como a las cinco a un restaurante del folklore llamado Los Amores de Dominguín, ella pidió ron cubano y yo tequila, solo tenían José Cuervo del cuadrado y lo cobraban como extra-añejo. 

No hice gesto por los precios, a Julia le molestaban mucho los comentarios sobre el costo de las cosas en cualquier sentido, barato o caro no era asunto que se debía poner en la mesa. 


Nos gustaban los restaurantes, los bares y cantinas españolas porque teníamos un juego que aún me divierte; descubrir antes que el otro los nombres de los pasos dobles que se tocaban... Tun turun tun tun tururu sonó en la bocina y ella exclamó apurada: a mi madre!!!. 


Tomó de un trago su copita de ron y sin fruncir su cara hermosa dejó rodar dos lagrimas, seguramente recordó que esa canción de paseillo no tenía para ella ningún sentido.